Asociación libre y circunstancial de individuos con espíritu crítico que, ante todo, se resisten a ser dominados por las necedades.
martes, 27 de noviembre de 2012
viernes, 16 de noviembre de 2012
Magisterio de la insubordinación
El iluminismo, en el sentido más
amplio de pensamiento en continuo progreso, ha perseguido siempre el objetivo
de quitar el miedo a los hombres y de convertirlos en amos.
Max Horkheimer y Theodor W. Adorno
El éxito de un
maestro se mide por las irreverencias que causa entre sus alumnos. Todo
discípulo está llamado a contradecir al individuo que, momentánea o
permanentemente, asume la misión de guiarlo en el campo del conocimiento. Quien
pretende formar hombres que sean útiles para reproducir consignas, pronunciar
alabanzas y obedecer dictados, sin detenerse a pensar al respecto, debe ganarse
nuestro repudio. Estimo que ya se ha llenado el mundo de siervos; con
frecuencia, las democracias contemporáneas nos lo demuestran, pues se acostumbra
elegir opresores cuando toca renovar la composición de los órganos del poder
público. Por ello, aunque a muchos educadores les parezca incómodo, debemos
plantear la necesidad de acabar con esas prácticas dañinas, aquéllas que impiden
subvertir el orden. La meta es dinamitar pedestales.
Es
aconsejable que, desde los primeros años racionales, se ilustre al semejante
sobre lo deplorable de cualquier esclavitud. Olviden el abono de sentimientos
como la amistad o el amor; salvo casos patológicos, éstos suelen ser apreciados
sin dificultad. El rechazo a lo que violenta la libertad no es, por desgracia,
un fenómeno surgido espontáneamente. Puede haber una reacción instintiva que aparezca
cuando, con prepotencia, se quiera someternos. No descarto que, tal como sucede
con los animales salvajes, algunos hombres se opongan al cautiverio. Con todo,
la regla es que, merced sólo al paso del tiempo, las personas no se percatarán
de cuán importante resulta ser libres. En la mayoría de las situaciones, debe
haber alguien que ilumine al prójimo, explicándole las abominaciones cometidas mientras
se desampara ese valor. El vasallaje tiene que ser detestado.
Nada
tan saludable como triturar un sistema que burocratiza la enseñanza. La educación
no tiene que creerse loable cuando condice con los programas oficiales. Nunca
dejará de haber tonterías que, atendiendo los mandatos del funcionario
administrativo, deban ser utilizadas para trastornar al estudiantado. Seguir
ese camino gris, regularmente ideado con el objeto de propagar la mansedumbre,
es un disparate. Son incalculables los males de colegios, escuelas y
universidades; debe haber otras alternativas. Es obvio que se pueden ampliar
los conocimientos sin pasar por esas instituciones. Basta la voluntad para
emprender la aventura del pensamiento. Sé que los tiempos modernos nos exigen
acumular títulos; empero, al reflexionar sobre esta temática, no me refiero a
un aprendizaje de oficios. Lo que propugno es contribuir a la preparación de
individuos autónomos, adictos al conocimiento, con espíritu crítico e
insumisos.
Los
ciudadanos deben ser formados conforme a una pedagogía de la sospecha. Es vital
que desconfiemos de quien ejerce funciones gubernamentales. Un profesor
respetable será aquél que, recordando dictaduras y tiranías, no deje dudas en
torno a este asunto. Yo no encuentro exagerado enseñar a presumir que, detrás
de cada medida del Estado, se halla un móvil incompatible con nuestros deseos
menos censurables. Capacitando a personas que defiendan esta posición, aun en ambientes
internacionales, habremos cumplido una labor de gran relevancia. Ésta es la
única educación que puede ser considerada distinguida en el terreno cívico. La
tarea es preparar sujetos que estén convencidos de resistir lo dispuesto por
las autoridades inmundas. Para lograr esto, quizá vencer el miedo al abuso
antidemocrático sea una de las asignaturas más significativas que nos
corresponde aceptar.
Nota pictórica. Manifestación
de protesta es un cuadro que pertenece a Jacob Lawrence (1917-2000).
martes, 6 de noviembre de 2012
El deber de buscar la luz
En
nombre de un derecho a la palabra,
intangible e infrangible, no se reconoce un deber de reflexionar antes de hablar, de pensar antes de
expresarse.
Michel Onfray
Urge la presencia de seres que, sin negligencia, tomen las armas del
pensamiento y comiencen una descomunal devastación. La campaña en contra de los
militantes del oscurantismo no tiene que ser aplazada. Los necios continúan
adueñándose de nuevas áreas, exigiendo que sus determinaciones se cumplan a
cabalidad, hasta dirigiendo regímenes políticos. Frente a ellos, con la
esperanza de contribuir al avance del mundo, corresponde sólo el ataque. No
debe quedar sitio donde pueda posarse la imbecilidad. La obligación es que todo
sea explorado, criticado, confirmado u objeto de un minucioso aniquilamiento.
La sola posibilidad de conformarse con el presente, aun cuando éste fuese deslumbrante,
no es admisible. Nunca será ideal que las frivolidades e idioteces imperen en
una sociedad. Es verdad que no se debe negar el derecho a ser cretino; sin
embargo, tampoco cabe demandar nuestra complicidad.
No
hay realidad que merezca ser incuestionable. Cualquier ámbito de la vida, tanto
pública como privada, debe examinarse con ese objetivo. Eludir la realización de
esta labor es una soberana estupidez. Nadie tiene que sentirse complacido por
limitarse a contemplar el horizonte. Al margen de la tenencia o falta de
virtudes estéticas, nuestra presencia no tiene que ser ornamental. Si algo prueba
la utilidad de un individuo, ello es el batallar en búsqueda de situaciones más
agradables. Permanecer serenos, satisfechos con lo que han podido regalarnos
los demás hombres, aunque éstos hayan sido geniales, no despierta sino preocupación.
La premisa de que, por lo menos en este universo, no existe nada perfecto funda
esta postura favorable al criticismo. Las mejoras dependerán de lo intensas que
sean nuestras discusiones.
Si
uno está persuadido de que, mediante la ilustración, los individuos pueden
cambiar positivamente, es menester comenzar a trabajar en esa empresa. Desde la
época en que Atenas nos iluminó, esa convicción tiene partidarios; por lo
tanto, son numerosos los siglos destinados a lidiar con la brutalidad. Han sido
incontables las personas que, sin importar la fuerza de quienes llegaron a
tener mayor poder, se decantaron por incentivar la emancipación del sujeto. A
pesar de aquello, hasta este momento, los males siguen teniendo vigencia. No es
un secreto que muchas de las instituciones creadas para cumplir esa misión,
cuya importancia resulta indiscutible, han sido absorbidas por la mediocridad. En
diversas partes del planeta, el fracaso de las universidades lo demuestra sin problema.
Esto hace que debamos pensar en alternativas; la solución tiene que ser
otorgada por nosotros mismos. Nos incumbe acabar con esas nocivas penumbras.
Según
lo indicado por sus allegados, Goethe murió con el deseo de ver más luz. Si
bien este hombre alcanzó variadas cimas de la cultura, las conquistas no
lograron agotarlo. No le bastaron sus escritos, actuaciones políticas y
pesquisas de índole científica: la saciedad fue siempre resistida. Era
irrelevante que, como sucedió en cuantiosas ocasiones, la barbarie anhelara privarle
de sus prerrogativas. Ni siquiera las adulaciones de sus contemporáneos moderaron
esas pretensiones. Ése es el espíritu que debe orientar nuestro
desenvolvimiento. Además de permitir una evolución individual, esto facilitará
la convivencia con los otros mortales, porque, siendo todos renuentes al
conformismo intelectual, nos unirán cualidades que son superiores. Así, libres
de dogmas e incómodos ante las tonterías, extenuaremos los días en la Tierra.
Nota pictórica. A
la caza es una obra que pertenece a Yevgraf Fiódorovich
Krendovski (1810–1870).
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