En
nombre de un derecho a la palabra,
intangible e infrangible, no se reconoce un deber de reflexionar antes de hablar, de pensar antes de
expresarse.
Michel Onfray
Urge la presencia de seres que, sin negligencia, tomen las armas del
pensamiento y comiencen una descomunal devastación. La campaña en contra de los
militantes del oscurantismo no tiene que ser aplazada. Los necios continúan
adueñándose de nuevas áreas, exigiendo que sus determinaciones se cumplan a
cabalidad, hasta dirigiendo regímenes políticos. Frente a ellos, con la
esperanza de contribuir al avance del mundo, corresponde sólo el ataque. No
debe quedar sitio donde pueda posarse la imbecilidad. La obligación es que todo
sea explorado, criticado, confirmado u objeto de un minucioso aniquilamiento.
La sola posibilidad de conformarse con el presente, aun cuando éste fuese deslumbrante,
no es admisible. Nunca será ideal que las frivolidades e idioteces imperen en
una sociedad. Es verdad que no se debe negar el derecho a ser cretino; sin
embargo, tampoco cabe demandar nuestra complicidad.
No
hay realidad que merezca ser incuestionable. Cualquier ámbito de la vida, tanto
pública como privada, debe examinarse con ese objetivo. Eludir la realización de
esta labor es una soberana estupidez. Nadie tiene que sentirse complacido por
limitarse a contemplar el horizonte. Al margen de la tenencia o falta de
virtudes estéticas, nuestra presencia no tiene que ser ornamental. Si algo prueba
la utilidad de un individuo, ello es el batallar en búsqueda de situaciones más
agradables. Permanecer serenos, satisfechos con lo que han podido regalarnos
los demás hombres, aunque éstos hayan sido geniales, no despierta sino preocupación.
La premisa de que, por lo menos en este universo, no existe nada perfecto funda
esta postura favorable al criticismo. Las mejoras dependerán de lo intensas que
sean nuestras discusiones.
Si
uno está persuadido de que, mediante la ilustración, los individuos pueden
cambiar positivamente, es menester comenzar a trabajar en esa empresa. Desde la
época en que Atenas nos iluminó, esa convicción tiene partidarios; por lo
tanto, son numerosos los siglos destinados a lidiar con la brutalidad. Han sido
incontables las personas que, sin importar la fuerza de quienes llegaron a
tener mayor poder, se decantaron por incentivar la emancipación del sujeto. A
pesar de aquello, hasta este momento, los males siguen teniendo vigencia. No es
un secreto que muchas de las instituciones creadas para cumplir esa misión,
cuya importancia resulta indiscutible, han sido absorbidas por la mediocridad. En
diversas partes del planeta, el fracaso de las universidades lo demuestra sin problema.
Esto hace que debamos pensar en alternativas; la solución tiene que ser
otorgada por nosotros mismos. Nos incumbe acabar con esas nocivas penumbras.
Según
lo indicado por sus allegados, Goethe murió con el deseo de ver más luz. Si
bien este hombre alcanzó variadas cimas de la cultura, las conquistas no
lograron agotarlo. No le bastaron sus escritos, actuaciones políticas y
pesquisas de índole científica: la saciedad fue siempre resistida. Era
irrelevante que, como sucedió en cuantiosas ocasiones, la barbarie anhelara privarle
de sus prerrogativas. Ni siquiera las adulaciones de sus contemporáneos moderaron
esas pretensiones. Ése es el espíritu que debe orientar nuestro
desenvolvimiento. Además de permitir una evolución individual, esto facilitará
la convivencia con los otros mortales, porque, siendo todos renuentes al
conformismo intelectual, nos unirán cualidades que son superiores. Así, libres
de dogmas e incómodos ante las tonterías, extenuaremos los días en la Tierra.
Nota pictórica. A
la caza es una obra que pertenece a Yevgraf Fiódorovich
Krendovski (1810–1870).
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