martes, 6 de noviembre de 2012

El deber de buscar la luz





En nombre de un derecho a la palabra, intangible e infrangible, no se reconoce un deber de reflexionar antes de hablar, de pensar antes de expresarse.
Michel Onfray

Urge la presencia de seres que, sin negligencia, tomen las armas del pensamiento y comiencen una descomunal devastación. La campaña en contra de los militantes del oscurantismo no tiene que ser aplazada. Los necios continúan adueñándose de nuevas áreas, exigiendo que sus determinaciones se cumplan a cabalidad, hasta dirigiendo regímenes políticos. Frente a ellos, con la esperanza de contribuir al avance del mundo, corresponde sólo el ataque. No debe quedar sitio donde pueda posarse la imbecilidad. La obligación es que todo sea explorado, criticado, confirmado u objeto de un minucioso aniquilamiento. La sola posibilidad de conformarse con el presente, aun cuando éste fuese deslumbrante, no es admisible. Nunca será ideal que las frivolidades e idioteces imperen en una sociedad. Es verdad que no se debe negar el derecho a ser cretino; sin embargo, tampoco cabe demandar nuestra complicidad.
    No hay realidad que merezca ser incuestionable. Cualquier ámbito de la vida, tanto pública como privada, debe examinarse con ese objetivo. Eludir la realización de esta labor es una soberana estupidez. Nadie tiene que sentirse complacido por limitarse a contemplar el horizonte. Al margen de la tenencia o falta de virtudes estéticas, nuestra presencia no tiene que ser ornamental. Si algo prueba la utilidad de un individuo, ello es el batallar en búsqueda de situaciones más agradables. Permanecer serenos, satisfechos con lo que han podido regalarnos los demás hombres, aunque éstos hayan sido geniales, no despierta sino preocupación. La premisa de que, por lo menos en este universo, no existe nada perfecto funda esta postura favorable al criticismo. Las mejoras dependerán de lo intensas que sean nuestras discusiones.
   Si uno está persuadido de que, mediante la ilustración, los individuos pueden cambiar positivamente, es menester comenzar a trabajar en esa empresa. Desde la época en que Atenas nos iluminó, esa convicción tiene partidarios; por lo tanto, son numerosos los siglos destinados a lidiar con la brutalidad. Han sido incontables las personas que, sin importar la fuerza de quienes llegaron a tener mayor poder, se decantaron por incentivar la emancipación del sujeto. A pesar de aquello, hasta este momento, los males siguen teniendo vigencia. No es un secreto que muchas de las instituciones creadas para cumplir esa misión, cuya importancia resulta indiscutible, han sido absorbidas por la mediocridad. En diversas partes del planeta, el fracaso de las universidades lo demuestra sin problema. Esto hace que debamos pensar en alternativas; la solución tiene que ser otorgada por nosotros mismos. Nos incumbe acabar con esas nocivas penumbras.
    Según lo indicado por sus allegados, Goethe murió con el deseo de ver más luz. Si bien este hombre alcanzó variadas cimas de la cultura, las conquistas no lograron agotarlo. No le bastaron sus escritos, actuaciones políticas y pesquisas de índole científica: la saciedad fue siempre resistida. Era irrelevante que, como sucedió en cuantiosas ocasiones, la barbarie anhelara privarle de sus prerrogativas. Ni siquiera las adulaciones de sus contemporáneos moderaron esas pretensiones. Ése es el espíritu que debe orientar nuestro desenvolvimiento. Además de permitir una evolución individual, esto facilitará la convivencia con los otros mortales, porque, siendo todos renuentes al conformismo intelectual, nos unirán cualidades que son superiores. Así, libres de dogmas e incómodos ante las tonterías, extenuaremos los días en la Tierra.


Nota pictórica. A la caza es una obra que pertenece a Yevgraf Fiódorovich Krendovski (1810–1870).

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